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Del rugby aprendí una valiosa liturgia, útil bagaje para el resto de la vida cotidiana: Aprendí que quince empujan mas que uno, pero si si uno no empuja, el resto lo nota. Aprendí a callar, a bajar la cabeza con respeto sin sentirme menos que nadie, a ser honesto, y vaciarme para quedarme lleno. A comprender que por el simple hecho de formar en círculo, abrazando a tus compañeros, repitiendo la palabra humildad, humildad una y otra vez, ya has vencido; independientemente de que te dejen en cero o no. Aprendí que los pasillos son importantes. Sobre todo cuando has ganado y debes premiar el esfuerzo del otro equipo.

Yo que jugué al rugby, aprendí a saber aceptar sin quejarme; a no resignarme; a trabajar para saber lo que cuesta ganar un metro en silencio, y lo fácil que es perder diez por no saber callar. A respetar las decisiones de una forma férrea; a aplaudir los errores de mis compañeros, que también son los míos; y sobre todo
a levantarme cien veces.

Este deporte de rufianes practicado por caballeros, me enseñó valiosas lecciones. Muchas ajenas e incomprendidas a ojos de los no iniciados. A un día después lleno de dolores y magulladuras, feliz y realizado por la entrega, el compromiso, y muchas otras cosas que mi madre nunca entendió. A saber el valor de una áspera camiseta a rayas; malla del valor y el deber. A un tercer tiempo donde todo lo que queda son anécdotas, abrazos, caballerosidad, camaradería, risas, y un hasta la próxima.

Si alguna vez jugaste al rugby, siempre serás miembro de una familia sin fronteras, con una lengua, un pensamiento y una visión común. ¿El sitio?, da igual el lugar del mundo, ya no habrá barreras. Aún cuando lo hayas dejado, las rayas te perseguirán, reconocerás alguna camiseta en algún desconocido, y si le preguntás, ¿jugaste al rugby?, al instante estarás compartiendo una cerveza. Y… es que tal vez dejes de ser muchas otras cosas, pero ya siempre serás jugador de rugby frente a la vida.

Autor: desconocido